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lunes, 20 de mayo de 2013

La flauta en el monte de los cuatro inviernos de un soldado


La ajetreada vida actual no nos permite ni respirar. Los sueños son cortos, la agenda diaria llena de ocupaciones. El día comienza a las 5:00 am. Me levanto y después intento despertar, no puedo hasta que me lavo la cara con agua fría. Este es solo el comienzo de mis actividades.

     En la escuela permanezco seis horas, en ellas mi mente trabaja a 110 km/hr. No tengo tiempo de pensar en otra cosa más allá. En ciertos espacios leo, en otros escribo. La fatiga se acumula minuto a minuto. Mis ojos siguen adormilados después de clases y termino fulminada por los rayos de luz a los que llamo conocimiento. Ahora es tiempo de volver a casa, no sin antes pensar en lo que haré al llegar.

     Planear cada paso es una de mis virtudes o de mis peores defectos, no lo sé, sin embargo lo hago camino a casa. Se puede pensar que la casa es el refugio de descanso para quien trabajó arduamente, no para mí. En ella tengo que hacer mil y un cosas más: lavar trastes, hacer el quehacer, barrer o trapear según sea el día, ayudar a mi madre en lo que necesite, ir a la tienda, al mercado, en fin, el trabajo también es arduo en el hogar.

     Las 7:00 pm ¿Tiempo de dormir? ¡No! Es el momento de las tareas escolares, de estudiar para exámenes, leer sobre los temas vistos, escribir ensayos, etc. Cada fracción de tiempo tiene su utilidad. Después de un rato sin parar llega la hora, "mi hora".

     Veo el reloj que marca las 11:00 pm, así, termine o no termine mis deberes, es "mi hora". En ella no hay quien me diga o reproche nada, es mi descanso. Es mi hora favorita, me dispongo a disfrutarla. Acomodo el sillón grande con los cojines más afelpados de mi cama, acerco la grabadora. En una montaña de CD´s busco mi favorito con las melodías más bellas. Enciendo dicho objeto y comienzan, mientras recuesto mi cuerpo en el sillón y descanso mi cabeza sobre los cojines.

     Primero las óperas La flauta mágica de Mozart, Historia de un soldado de Stravinski, después mis oídos se deleitan con la música instrumental, Una noche en el monte pelado de Schubert, las cuatro estaciones de Vivaldi y, aunque mi favorita es el invierno, escucho todas. Estas son las que más me gustan, no olvido a Beethoven y a Bach.

     Espero todo el día a que llegue este momento de deleite. Después de un día lleno de quehaceres, la música calma cuerpo, alma y mente; tranquiliza la aceleración de 110 a 20 km/hr. Así, mi sueño es tranquilo y tengo un verdadero descanso.

     Ahora debo decir que amo la música clásica. En este juego de serpientes y escaleras al que llamamos día es preciso tener paz, tranquilidad y equilibrio, y eso lo logro disfrutando del do, re, mi, fa, sol, la que componen la música.

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