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miércoles, 8 de mayo de 2013

Entonces

... Entonces me di cuenta que caminábamos juntos, bajo la luna y las estrellas. Hablábamos tímidamente, esquivando miradas torpes y juguetonas. Él vestía de sangre, un punto brillante en la negrura de la acera. Yo vestía de cedros, dejando que el viento se llevara el aroma los tragos y los versos. Un par de tontos buscando entrar en las balas de la separación.
 
     El clima, la cocción de las personas, la desaparición de poetas, de eso hablábamos. En medio de la plaza, el cartón bombeante de mi pecho trataba de salir, intenté sujetarlo con mis manos pero emanaba dolor; le pedí nos detuviéramos, levanté la mirada y su rostro estaba lleno de incertidumbre, miré sus ojos, reflejaban el destello de las lámparas de rededor. Iba a desistir de mi locura, bajé la cabeza.
 

 
     Inesperadamente se aproximó, con su mano levantó mi rostro y me miraba otra vez, con llamas encendidas, acarició mi mejilla; intercambiaba miradas entre mis ojos y mis labios húmedos y palpitantes, sentía su aliento, escuchaba su respirar, y entonces...

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