Duele regresar a la soledad. Hace poco me despedí de ella, la enfrente por una amor débil, nuevo, con quien compartir la vida, la felicidad, las tristezas.
Entre mi estúpida felicidad y cierta melancolía, ella, la soledad, me miró a los ojos, mientras con lágrimas me bendijo.
Ahora vuelvo en la derrota, con el alma destrozada. Me postro a sus pies, sumisa, vestida del dolor, sin más que látigos en la espalda, con los ojos revestidos de sinsabores y la piel enlutada.
Ella levanta mi cara, limpia el llanto que cercena mi rostro, me cambia con el toque de su mano; con la voz desquebrajada, envuelta en sollozos, dice:
"Se bienvenida a tu soledad. El infierno de tu huida"
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